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martes, 24 de mayo de 2011
La grandeza de la vacuna por el Dr. Gustavo Villasmil
BUEN RECORDATORIO SOBRE LA NECESIDAD DE TRABAJAR UNIDOS EN TODO LOS ASPECTOS SOCIALES Y DE SALUD QUE NOS BENEFICIAN COMO VENEZOLANOS.
UN SALUDOS RESPETUOSO AL AMIGO VILLASMIL.
La grandeza de la vacunaGUSTAVO J. VILLASMIL | EL UNIVERSAL
martes 24 de mayo de 2011 12:56 PM
Fue Edward Jenner quien en un lejano día por allá por 1796, apreció el tremendo potencial médico de aquella tímida observación de Lady Montagu, esposa del embajador británico en Turquía: las campesinas a cargo del ordeño de vacas cuyas ubres estuvieran cubiertas por las úlceras de la llamada "viruela del ganado" (cowpox) se hacían inmunes al contagio por la viruela humana, afección que ya para entonces hacía estragos lo mismo en el Viejo que en el Nuevo Mundo. Científico acucioso, el doctor Jenner habría de notar que la inoculación accidental en la piel de las ordeñadoras de los líquidos secretados por aquellas úlceras les confería una notable protección ante el contagio por la versión humana de aquel mal. Nada podía saber el notable clínico inglés de los finos y altamente sofisticados mecanismos que dan origen a la inmunidad humoral y que hoy se constituyen en una de las piedras angulares del conocimiento médico vigente; sin embargo, no por ello dudaría en postular que la inoculación ya no accidental sino que deliberada en personas sanas de aquella misma secreción habría de surtir similares efectos benéficos en la población objeto de tan sencilla técnica. Nacía así el muy conocido concepto de vacuna, que con el desarrollo de la ciencia médica habría de extenderse hacia otras afecciones de tipo infeccioso con tanto éxito que podemos decir, sin temor a equivocarnos, que la historia de la humanidad toda cambió desde entonces y para siempre.
En Venezuela muy pronto nos beneficiaríamos de tan novedosa técnica. Tan temprano como en 1804, alicantino Francisco Xavier Balmis, médico real de Carlos IV, arribaba a las costas venezolanas portando un extracto de aquellas úlceras de las ubres vacunas especialmente preparado para su inoculación en todos los habitantes de la entonces Capitanía General de Venezuela. Fue aquella la primera política pública que en materia sanitaria se intentó con éxito en Venezuela y en su gestión estuvieron involucrados, entre otros, figuras de la talla de Don Andrés Bello, quien le dedicara su célebre Oda a la Vacuna. Ya en el siglo veinte, durante la primera mitad de los años cincuenta, nuestro país estuvo entre los primeros del mundo en aplicar la para entonces novísima vacuna antipoliomielítica del doctor Sabin, habiendo sido declarada Venezuela libre de polio a mediados de los años ochenta. No obstante, hay que decir que nuestra penosa situación actual en materia de cobertura poblacional de inmunizados desdice de tan noble tradición.
En Miranda, hoy por hoy, nuestros porcentajes de población inmunizada con vacunas tan básicas como la antipoliomielítica, BCG, la triple bacteriana y la pentavalente viral se sitúan muy por debajo del 95% establecido por la norma internacional, situación esta conocida por los estudiosos del tema desde hace no pocos años. Tal es el estado en el que nos sobreviene el actual nuevo brote de influenza AH1N1. Porque en salud pública pasa como en la economía: lo que se hace o se deja de hacer hoy acarrea consigo indefectibles consecuencias mañana. Una década larga de descuido, de abandono de tan elementales programas nos ha puesto una vez más en jaque, lo mismo que ante el sarampión y la parotiditis, por citar tan solo dos casos de otras enfermedades infectocontagiosas prevenible por vacuna.
La vacunación es el más noble de los actos médicos. Su "magia" -que es ciencia del más alto nivel- hace posible que evitemos las enfermedades que antaño diezmaron a continentes enteros. Convoquémonos todos los que tenemos responsabilidades en materia sanitaria para llevarla, en el espíritu de la expedición del gran Balmis, a todos los que la necesiten. Y a lo político-partidista dejémoslo fuera. Mancillar la nobleza del acto de vacunar poniéndolo al servicio de intereses políticos subalternos es, cuando menos, éticamente cuestionable. Hubo quien ya lo hiciera en este lado del mundo. En el hoy más que nunca sufrido Haití, a principios de los años cuarenta, un joven y ambicioso médico formado en universidades francesas y americanas era entrenado y habilitado por organismos internacionales para gestionar la administración masiva de la vacuna antipoliomielítica entre sus sufridos compatriotas. Al así hacerlo, este trágico personaje se aseguró de hacer de la vacuna un instrumento de control social y político de la población beneficiada. Se hacía llamar Papa Doc y pronto instalaría junto con su parentela un régimen de oprobio sin precedentes en estas tierras. Me refiero al tristemente célebre Françoise Duvalier, tirano de Haití. Aprendamos pues de esta, acaso una de las más edificantes páginas de la historia de la Medicina, para que nos "vacunemos" todos contra el riesgo de repetir aquellas otras, sin duda las más oprobiosas.
Gustavo J. Villasmil es médico internista y actualmente sirve como secretario de Salud del Estado Bolivariano de Miranda. gustavo.villasmil99@gmail.com www.eluniversal.com
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